Hospital Reina Sofía de Tudela.
5 de la tarde del jueves 18 de Noviembre de 2.010.

Mi padre deja de respirar para siempre.
Mamá y yo abrazados, te contemplamos. Ella me está contando como pasásteis la última Navidad en Ayora, acompañados de una familia amiga y lo bien que disfrutásteis a pesar de lo poco que comíais debido a la edad. Estando en ésas te vimos irte papá.
Te has ido sin sufrir. Estabas ligeramente sedado y tu respiración era buena y acorde. Sobre esa hora empezaste a hacer unas pausas cada vez más largas y así te sobrevino tu marcha de este mundo, sin enterarte. En el fondo nos pareció una muerte tranquila y plácida. ¡La que desea toda la gente! La verdad es que la vida te ha tratado bien, pues has vivido 85 años sin graves problemas de salud.
Ni soy el más indicado para hacer una glosa de tu vida ni la pretendo hacer. Solo escribir un poco es lo que quiero. Me lo pide el cuerpo y no se porqué.
Sabes que me fui de casa con 20 años para hacer la mili y ya solo volví por alguna vacación. Os dejé a ti, a mamá y a tres hermanos de 14, 11 y 8 años, a los que poco pude conocer y tratar, porque a mis 14 años, salí de casa para trabajar junto a ti y pasábamos todo el día fuera llegando casi a la noche. Mis principales roces con ellos se remontan a mi etapa de estudiante hasta mis 14 años y recuerdo haber jugado mucho con ellos y llevarlos al colegio. Pero hemos crecido separados y sin llegar a saber bien cómo somos cada cual. Esto me entristece mucho ahora.
El recuerdo tuyo que siempre viene a mi mente es el del día de mi Jura de Bandera en el CIR de Alicante. Os acabábais de trasladar por motivos de trabajo, desde Navalmoral de la Mata en Cáceres a Ayora en Valencia y sabía que teníais la casa patas arriba. Era la primera vez que me separaba de vosotros. Quizás de los dos mil o tres mil soldados sería uno de los pocos que ese día iba a estar sólo. Y estando en formación justo antes del comienzo de los actos, no me digas porqué, pero miré hacia atrás y en el sitio destinado a los familiares, ¡allí estabas tú! Te recuerdo con una camisa de esas llamadas saharianas, de color azul con múltiples bolsillos.
La tristeza que me embargaba desapareció al instante. Al vernos, ambos empezamos a saludarnos en la distancia. Desde ese momento estaba alegre y feliz y se lo empecé a contar a mis compañeros de alrededor. Acabada la ceremonia y tras los besos de rigor, marchamos a la nueva casa en Ayora.
Los recuerdos de mi infancia junto a tí, se agolpan en ni mente. Nuestros paseos por Cartagena….., aquellos domingos, en que íbamos al rompeolas del puerto y cogíamos con una lata vieja con aguje

Me llevabas por la calle de la mano, y me comprabas algo que nunca he visto en parte alguna: piñones con su cáscara, tostados. El vendedor llevaba su caja expositora a la altura del pecho y sujeta con una correa por la parte de atrás de la cabeza. Para poder abrir los piñones te daba un clavito al que previamente habían chafado la punta a modo de un destornillador, y así poder meterla por un huequecito que tenía el piñón y girando poder abrirlo y degustar el sabroso fruto de su interior.
Nos acercábamos al puerto trimilenario de Cartagena y veíamos los buques de guerra allí atracados en batería sobre la línea del puerto. Todos tenían sus escaleras tendidas hacia tierra y un marinero con su fusil de guardia al pie de la misma. Algunas veces dejaban subir para recorrer partes del barco y por supuesto que mi padre y yo subíamos. ¡Qué imponentes se veían con sus cañones y chimeneas humeantes!
También veíamos el famoso submarino del cartagenero Isaac Peral. ¡El primero del mundo!. Este submarino estaba en tierra firme, de adorno, y la gente se fotografiaba junto a él.
¿Y nuestras subidas al Castillo de los Patos? Desde donde se veía toda la ciudad.
!Qué bonita era Cartagena con su bahía, sus casa y sus montes!
En Semana Santa veíamos juntos los desfiles matinales de los granaderos y de los judíos. Perfectas formaciones militares que anunciaban y precedían a las majestuosas procesiones de la tarde.

También nos acercábamos al Ensanche para ver unas partidas de bolos. Entonces el Ensanche estaba vacío, sin construir viviendas. Recuerdo que la gente clavaba en el suelo unos palitos finos y desde lejos lanzaban la bola para derribarlos.
Los "caballitos" eran casi fijos. En la zona del Puerto estaban prácticamente todo el año unas ruedas de atracciones infantiles a las que acudíamos a menudo los domingos.
Por la tarde y cuando tocaba jugar en casa íbamos al fútbol para ver al “efesé”. Así se le llama al F. C. Cartagena, hoy Cartagonova. En mi tierra la “ce” se pronuncia como “ese” y en vez de decir voy a ver al Cartagena, se dice voy a ver al efesé (F.C.)
En verano cogíamos el autobús en la Plaza de la Merced e íbamos a la playa cartagenera de Los Urrutias. Clavabas cuatro tubos en la arena y un toldo encima de ellos y allí pasábamos el domingo. Mamá llevaba tortilla de patatas y carne frita con tomate. ¡Qué bien lo pasábamos! Te recuerdo sujetando el sombrajo en lucha a brazo partido contra el viento mientras comíamos tortilla con arena. ¡Qué recuerdos!
Por la noche en verano nos llevábais a las sesiones nocturnas infantiles de cine, bien en el Teatro Circo o bien en Los Juncos. ¡Qué sensación tan bonita estar en un cine al descubierto!
¡Me estaba hablando el mítico Buffalo Bill! ¡ A mí ! ¡Cómo no iba a ayudarle! Y más teniendo en cuenta que su caballo tenía que estar fuerte para combatir contra los indios y perseguir búfalos. Así que agarré el cubo y sin dudar fui hasta un edificio en construcción a unos 300 metros y le traje como pude el cubo de agua y así hasta 3 veces. ¡Recuerdo que fue un gran esfuerzo para mí!
En cuanto empezó la primera función, Buffalo Bill me llevó gratis a un palco de primera fila, junto a la pista. ¡El espectáculo se veía grandioso desde ahí!, y así fue pasando el tiempo hasta que se me acerca mi padre y me saca de malas maneras del palco y del circo y ya en la calle me dio una buena tunda de palos de las de antes. Allí estaba también mi madre. Me castigaron directamente a la cama y sin cenar. Resulta que eran las 9 de la noche y no sabían nada de mí desde que salí del colegio.

Podría seguir enumerando uno y mil recuerdos más, pero con estos me bastan papá. Los recuerdos se agolpan en mi mente, pero siempre son de mi niñez e infancia junto a vosotros. Y tengo que decirte que fueron los años más felices de mi vida que recuerdo junto a vosotros.
Ahora echo de menos no habernos tratado y conocido más, a pesar de no perder nunca el contacto, pero no es lo mismo. Supongo que le debe pasar a todo el mundo al irse de casa y formar una nueva familia. Y después de tantos años, ahora y por causas de tu salud nos hemos visto a diario en Tudela. Ha sido un reencuentro casi diario en casa de Mari en donde poco a poco hemos asistido a tu decaimiento.
Destaco de los cuatro días en el Hospital, el miércoles a la tarde, momento en que, lleno de lucidez, te despediste de mamá y de nosotros cinco. Nos reconociste. Con un gran esfuerzo nos abrazaste uno a uno diciendo nuestros nombres y pasando tu brazo izquierdo por encima de nosotros, a la par que nos dabas un fuerte beso en la mejilla. ¡Ha sido de lo más fuerte que me ha tocado vivir! ¡Al día siguiente te fuiste!

El entierro fue en Ayora el viernes 19 a las 4 de la tarde. Asistimos toda su familia al completo, hijos, hermanos y nietos.
¡Descansa en paz, papá!
¡Adiós Papá!