

Avanzada ya la mañana y con las piernas bien trabajadas, empezamos a adentrarnos en El Vedado surcando primero las sendas y luego los caminos junto a las tierras de cultivo de este paraje.
De pronto el terreno empieza a ensancharse y los cultivos dan paso a una gran explanada, al fondo de la misma aparece imponente el Castillo de Peñaflor o de Dª Blanca, asentado en un increíble equilibrio sobre un cada vez más mermado y puntiagudo montículo. ¡La verdad es que es para verlo!.La primera vez te sorprende e impone. Pues al igual que los demás cerros bardeneros, éste a pesar de estar más protegido por la orografía, tampoco se salva de la erosión de los elementos. Pues es habitual verlos casi todos puntiagudos y con su losa de piedra encima a modo de sombrerete, tal y como si quisieran protegerse del sol.
Pero la diferencia de éste con los demás es obvia, encima tiene una gran losa sobre la que se aposentan los restos de un castillo-torreón construido para vigilar la frontera de Aragón y reprimir el bandolerismo. Fue terreno de reyes que pudieron cazar ciervos hasta el siglo XV . Las Bardenas Reales, que pertenecían al patrimonio de los reyes y la Corona, se reservaron esta propiedad privada, otorgando el resto a los navarros.
Hacemos un alto bajo el castillo y sacamos nuestras ligeras viandas, exceptuando "al abuelo" gran y veterano ciclista de 67 años que saca un suculento bocadillo de mortadela que le prepara con cariño su esposa Nieves, los demás atacamos a nuestras barritas de cereales y dátiles.
En ese momento viene la gran sorpresa. Por una ladera muy cercana vemos descender un animal parecido a un perro pero con un andar distinto. Patxi dice que "igual es el zorro que dicen ver últimamente en este lugar". Efectivamente conforme se acerca vemos que es un zorro con su gran cola. Se acerca entre meditabundo, temeroso y zigzagueante. No camina en línea recta. Pero se acerca. Alguien dice que viene a que le demos de comer. Se acerca cada vez más y le tiramos a lo lejos un trozo de comida. Se la come mientras nos mira y se acerca más y más mientras le seguimos dando trozos. Al fin lo tenemos a nuestro alcance y le podemos dar de comer en nuestra mano. Pero nos puede más el miedo y le damos la comida junto a nosotros en el suelo.
El agradecido zorro se la come mientras nos mira de reojo más temeroso que
lo que estamos nosotros. Su larga boca llena de dientes asusta; su comer es rápido

