jueves, 18 de marzo de 2010

ANDARES

Desde hace algo más de dos años, vengo realizando la actividad diaria de andar. ¡La verdad es que nunca imaginé que acabaría andando tantos kilómetros!. Calculo que cerca de 2.000 kms. anuales

Todo comenzó con una baja de enfermedad por motivos de estrés cuando aún trabajaba en mi empresa anterior. Más o menos "el estrés es la respuesta de nuestro cuerpo a condiciones externas que perturban el estado de una persona". Así que empecé a andar con mi amiga la radio escuchando los distintos programas informativos y música. Enseguida vino el cierre de la empresa.

Estuve dos meses "trabajando para el Estado", y por supuesto no hacía nada: "estaba parado". Pero mi cabeza me decía que tenía que andar, ¿adónde? Daba igual, el caso era andar y éso hice.

Empecé a hacerlo por la mañana temprano, ya que me seguía despertando sin despertador como cuando iba a trabajar. Era primavera. Para las 7:00 a.m. ya estaba en la calle. Para el mediodía repetía salida y si al caer el día podía, pues lo volvía a hacer.
Enseguida me dí cuenta que perdía kilos a porrillo. ¡Ésto era la leche, Merche!

Rápidamente encontré trabajo, pero como entraba a las 9 de la mañana y seguía despertándome temprano pues seguí saliendo a la calle. Así que a las 7 me iba a La Mejana y en 1 hora estaba de vuelta para arreglarme, desayunar e irme a trabajar.

Era feliz. Me gustaba andar, hacía ejercicio, perdía kilos y me sobraba tiempo para ir al trabajo a 5 minutos de mi casa andando. ¡Por primera vez en mi vida iba a trabajar andando!
Cuando salía a la calle ya era de día. Al vivir encima de la Oficina de Empleo, lo primero que veía ya a las 7 era a "los parados madrugadores" haciendo cola. Primero abundaban los extranjeros, pero enseguida con la llegada a saco de la crisis, la cola estaba repartida entre españoles y foráneos. Yo, día a día, no cesaba de repetirme una y otra vez: qué suerte has tenido Juan, qué suerte has tenido!"

Y pronto me dí cuenta que veía a las mismas personas, a la misma hora y en los mismos sitios.

Veía a Baldomero, "el abuelo encorvado solitario" que desde que abrían la cafetería de la esquina allí estaba para echar una mano a las camareras a cambio de un café y compañía.

No faltaba "el camisas", un joven papá que siempre va en mangas de camisa y con el botón de arriba del cuello siempre cerrado, compraba el pan y volvía a su casa.

Así que iba oyendo mi radio y pensando que al doblar tal esquina aparecerá "el barrendero florista" que lleva un manojo de flores de plástico en su carro a modo de adorno. Y efectivamente, allí estaba dándole a la escoba.

Veía entrar a la Iglesia de Jesuitas a "los beatos matutinos", siempre las mismas pocas personas de entre las que destaco "al funerario". Éste es un personaje singular anclado en el tiempo. Hubo en la Carrera una conocida tienda de ropa y éste era el decorador de los escaparates. Desde hace treintaintos años lleva la misma ropa de principios de los setenta con pantalones acampanados. Su aspecto es siniestro y descuidado. Y en invierno lleva un simple impermeable y una bufanda, sin abrigo. Los dientes sin arreglar, mal vestido, pero eso sí, de misa diaria.

Al llegar a la altura de unas máquinas de vending de chucherías de vez en cuando veía al "abuelete mangante" con su alambre en la mano introduciéndolo en cada una de las máquinas, pero lo hacía por la ranura de las monedas. Quizás conocía un sistema para sacarlas. Yo aflojaba la marcha y me detenía tras unos contenedores de basura para espiarle.

Después me cruzaba con el "cabeza cuadrada pista de aterrizaje de mosquitos". Lo siento por el nombre tan largo que le puse, pero me salió así. Éste es un señor para nada mayor, prematuro calvo, cuya cabeza tiene forma cuadrada y está lisa como una sandía. Lleva a su perro atado y siempre recoge las cacas. Su aspecto es serio.

Veía a los mismos jóvenes con sus pesadas mochilas acercarse a las paradas del autobús que les iba a conducir a la ETI. Caminaban como zombies, no sé si absortos en sus pensamientos o dormidos aún. Como si fueran sin ganas, vamos, como si fuera una obligación ineludible. No iban muy alegres que digamos. Ellas, más dicharacheras manteniendo ya largas conversaciones. Ellos callados como tumbas. Alguna, hasta hablando por el móvil quizás con su chico al que no veía desde hacía escasas horas. Todo ésto sobre las 7:20 horas.

Lo que más me gustaba era salir de la ciudad. Cuando iba ya a la altura del parque de la Virgen de la Cabeza, camino de la Cuesta de los Labradores, sentía como Tudela se quedaba atrás conforme iban desapareciendo las casas.

¡La bajada hacia la Ermita del Cristo me satisface! La visión es para retener. A lo lejos, La Bardena, la Sierra del Yugo, la Prebardena con la carretera de Ejea, Serralta con los molinos de viento, el río Ebro con toda su majestuosidad, Traslapuente y como no, ¡La Mejana a tus pies! Esa extensa isla plagada de huertos y casetas de descanso cuyo circuito junto al Ebro iba a ser mi cometido.





La vista desde lo alto de esta cuesta es preciosa. Por un lado se ve el sol ya saliendo y a días se ve el aspecto brumoso, con neblinas producidas por el río Ebro y cubriéndolo casi todo, dando al paisaje un aspecto encantador y mágico y que solo se puede ver a esas horas. ¡Me siento un privilegiado!











Paso por delante de la Ermita del Cristo. Todo está en silencio. Los grandes pinos guardianes del lugar se alzan hacia el cielo por encima de las vías del tren, queriendo ver La Mejana y el Ebro. Los jardines bien cuidados por "el cristero" duermen a sus pies. Abandono el lugar y enfilo la carretera asfaltada que me conducirá a La Obra, que con buena mano y mejor cabeza dirige nuestro querido Sergio Gil, tratando de sacar partido a un puñado de jóvenes la mayoría inmigrantes para que aprendan un oficio.

Al traspasar la puerta que da a La Obra, me giro a la derecha solo para saludar a los gaticos que por allí viven tras la caseta de bombas. Cuando eran pequeñicos, un coche atropelló a su madre y los que nos dimos cuenta del hecho enseguida empezamos a llevarles leche, galletas, y cualquier otro alimento. La gente sin hablar unos con otros hicimos todos lo mismo, pues siempre tenían comida. Así pudieron salir adelante y hoy día ya están grandes y se valen por si mismos. Me da pena uno de ellos que está tuerto. Tiene un ojo vaciado, no se si de peleas o de las zarzas por donde se meten.





Sigo andando por el asfalto hacia la curva que me lleva a emparejarme con el Ebro. Voy viendo los huertos cuidados con esmero, las casetas que poco a poco se van haciendo las gentes y como luce el césped que siembran algunos para que disfruten los más pequeños. Las chimeneas no faltan en ninguna caseta, pues son vitales para las celebraciones familiares y no digamos para el Día del Ángel.





También me gusta ver las pocas casetas antiguas que quedan. Ésta es del año 1.880, casi nada. Ampliando la foto se aprecia encima de la ventana.
















En un momento dado, si miro a la derecha hacia la Cuesta de los Labradores y entre los dos montes que la ven nacer, hace su aparición el Moncayo con su brillante capa blanca, no queriendo faltar a la composición de este bonito amanecer. Ebro a mi izquierda, Mejana y Moncayo a mi derecha, Puente y Tudela al frente, todo lo veo a la vez.



Pero lo que más me gusta es cuando el camino y el río se juntan. Los poquicos árboles que me acompañan hacen el paseo más bonito y agradable. El agua baja a buen paso, siempre haciendo su trabajo y encaminándose hacia el mismo sitio. Enfrente, en la otra orilla, se ven los pequeños prados verdes con sus arboledas que acogerán como cada año a las jóvenes cuadrillas que allí comerán el Domingo de Resurreción.



Más cerca de Tudela crecen unos álamos blancos junto al río haciendo que la vista sea un deleite. Tras las largas ramas llenas de "brotes verdes" se vislumbran los asimétricos ojos del puente. Poderoso puente que clavando sus pies en el Ebro acerca a las gentes a la ciudad. Siempre que entro por el puente a Tudela me digo lo mismo "¡qué visión mas bella gozaron las gentes de hace mil años!" El puente con tres torreones defensivos dejaba ver la joya arquitectónica románica de la Magdalena, tras ella la gigantesca catedral con sus torres y ya enfrente, más arriba a la derecha la imponente fortaleza rodeada de sus tres cinturones amurallados.


La combinación de todos estos elementos hacían de Tudela una belleza sin par, ya que sin el río más caudaloso de España y su puente, no lucirían igual los monumentos descritos.



Conforme me acerco a la Puerta de la Mejana, veo a mi derecha el cerro de Santa Bárbara con la imagen del Corazón de Jesús. Veo la Iglesia románica de la Magdalena y tras ella la imponente Catedral y de frente a lo lejos dejándose ver: la Torre Moreal.





Si me da por acercarme al Paseo del Prado, veo siempre a las mismas personas, verano e invierno sin fallar. En invierno vamos tan tapados que solo se nos ve los ojos, pero eso sí, no falta el correspondiente cruce de saludos.
















Hay siempre una gran perra que se alegra de verme y le encanta mordisquearme unos guantes de piel viejos que llevo, mientras tanto yo le acaricio la cabeza. Tiene que llamarla su dueña "la del gimnasio" en la distancia para que me deje. La llamo así porque luego a las 9 cuando voy a trabajar me la encuentro esperando que abran el gimnasio cerca de mi casa y la vuelvo a saludar.


"El de Osasuna" siempre me lo cruzo. Va vestido de arriba abajo con el equipo de Osasuna. ¡Hasta la gorra de invierno lleva le escudo! Es bastante alto. Éste es mas sosete pues solo levanta la cabeza a modo de saludo sin decir ni pío. Yo le contesto igual.


Si cambio la ruta y voy por el Barrio de Lourdes, suelo ver otro tipo de gente. Veo hombres y mujeres, algunos de raza negra encaminarse a sus trabajos todos los días a la misma hora. Veo salir a sudamericanos de sus casas con bebés en silletas, supongo que los llevarán a otras casas a que se los cuiden para que ellas puedan trabajar. Siempre pienso en las historias que acarrean cada uno de ellos y las familias que han dejado allá en sus lejanos países. Pero seguro que son conscientes que en esta tierra van a conseguir mejorar sus vidas.


En una cafetería de la esquina de la calle Santa Ana están siempre las mismas personas a la misma hora y en los mismos lugares sentados. Me encanta verlos todas las mañanas, no me lo pierdo. Y si algún día falta alguno, yo mismo me doy la explicación posible del porqué puede haber faltado. Y allí están, algunos de tertulia y otros leyendo el periódico mientras saborean un café que por supuesto les sabe mejor que en sus casas. A las 7:15 ya están allí hasta las 8 que entran a trabajar.


Yendo hacia el puente de la Azucarera junto a San Rafael, me cruzo siempre con "la bolsicas", la llamo así porque siempre lleva una o dos bolsas pequeñas de esas de regalos que dan en las tiendas buenas, con dos asas como de cuerda y que son brillantes y llevan la propaganda de la tienda.

Va a trabajar y seguro que lleva su almuerzo. Con rostro serio, consciente del sacrificio de dejar unos hijos en casa, para ganar un sueldo.


Cuando llego a mi portal, observo que la cola del paro, a falta de media hora para abrir la oficina, llega ya a mi casa, serán unos 20 ó 30 metros de personas tristes con todo perdido, sin ilusión alguna y sin saber cuando van a salir a flote y encontrar empleo. Aunque se llama Oficina de Empleo y alguien prometió imprudentemente para que le votaran, que les iba a conseguir el pleno empleo y vaciar estas oficinas, no resultó ser así y esta gran mentira de apetito insaciable abre sus fauces todas las mañanas y engulle la gran cola humana de gentes con las ilusiones perdidas que se forma un día y otro y otro y otro.........


Y me vuelvo a repetir otra vez "qué suerte has tenido Juan, qué suerte has tenido".



4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Juanito
soy tu colega de vici Jose Angel
esta curioso este pequeño resumen de tus andares
como decimos en tudela aupa y a por otro
saludos

juan dijo...

Gracias José Angel por tus apoyos. Como siempre, eres genial en estos detalles.
Juan

Unknown dijo...

Hola Juan,soy Ana no están nada mal tus paseos por Tudela,me recuerda cuando Laura se quedaba a dormir en tu casa y veiais todos los dias a la misma gente por la mañana .Un saludo.

juan dijo...

Pues sí Ana, en verdad que todo empezó cuando tu hija Laura dormía en mi casa y ya desde el balcón veíamos todas las mañanas a la misma hora, a la misma gente haciendo lo mismo que todos los días. Ahí vino, a modo de gracia, el calificar a cada uno de ellos con un cariñoso mote adecuado a sus peculiaridades.
De esta manera, laura se iba al colegio algo más contenta.
Gracias por leerme querida cuñada.