jueves, 25 de noviembre de 2010

¡ADIOS PAPÁ !

Hospital Reina Sofía de Tudela.

5 de la tarde del jueves 18 de Noviembre de 2.010.

Mi padre deja de respirar para siempre.

Mamá y yo abrazados, te contemplamos. Ella me está contando como pasásteis la última Navidad en Ayora, acompañados de una familia amiga y lo bien que disfrutásteis a pesar de lo poco que comíais debido a la edad. Estando en ésas te vimos irte papá.

Te has ido sin sufrir. Estabas ligeramente sedado y tu respiración era buena y acorde. Sobre esa hora empezaste a hacer unas pausas cada vez más largas y así te sobrevino tu marcha de este mundo, sin enterarte. En el fondo nos pareció una muerte tranquila y plácida. ¡La que desea toda la gente! La verdad es que la vida te ha tratado bien, pues has vivido 85 años sin graves problemas de salud.

Ni soy el más indicado para hacer una glosa de tu vida ni la pretendo hacer. Solo escribir un poco es lo que quiero. Me lo pide el cuerpo y no se porqué.

Sabes que me fui de casa con 20 años para hacer la mili y ya solo volví por alguna vacación. Os dejé a ti, a mamá y a tres hermanos de 14, 11 y 8 años, a los que poco pude conocer y tratar, porque a mis 14 años, salí de casa para trabajar junto a ti y pasábamos todo el día fuera llegando casi a la noche. Mis principales roces con ellos se remontan a mi etapa de estudiante hasta mis 14 años y recuerdo haber jugado mucho con ellos y llevarlos al colegio. Pero hemos crecido separados y sin llegar a saber bien cómo somos cada cual. Esto me entristece mucho ahora.

El recuerdo tuyo que siempre viene a mi mente es el del día de mi Jura de Bandera en el CIR de Alicante. Os acabábais de trasladar por motivos de trabajo, desde Navalmoral de la Mata en Cáceres a Ayora en Valencia y sabía que teníais la casa patas arriba. Era la primera vez que me separaba de vosotros. Quizás de los dos mil o tres mil soldados sería uno de los pocos que ese día iba a estar sólo. Y estando en formación justo antes del comienzo de los actos, no me digas porqué, pero miré hacia atrás y en el sitio destinado a los familiares, ¡allí estabas tú! Te recuerdo con una camisa de esas llamadas saharianas, de color azul con múltiples bolsillos.
Estoy empezando a llorar sin poder contenerme y tengo que parar de escribir.

La tristeza que me embargaba desapareció al instante. Al vernos, ambos empezamos a saludarnos en la distancia. Desde ese momento estaba alegre y feliz y se lo empecé a contar a mis compañeros de alrededor. Acabada la ceremonia y tras los besos de rigor, marchamos a la nueva casa en Ayora.

Los recuerdos de mi infancia junto a tí, se agolpan en ni mente. Nuestros paseos por Cartagena….., aquellos domingos, en que íbamos al rompeolas del puerto y cogíamos con una lata vieja con agujeros a modo de colador esos exquisitos chanquetes que luego mamá freía. ¡Cómo disfrutaba yo!

Me llevabas por la calle de la mano, y me comprabas algo que nunca he visto en parte alguna: piñones con su cáscara, tostados. El vendedor llevaba su caja expositora a la altura del pecho y sujeta con una correa por la parte de atrás de la cabeza. Para poder abrir los piñones te daba un clavito al que previamente habían chafado la punta a modo de un destornillador, y así poder meterla por un huequecito que tenía el piñón y girando poder abrirlo y degustar el sabroso fruto de su interior.

Nos acercábamos al puerto trimilenario de Cartagena y veíamos los buques de guerra allí atracados en batería sobre la línea del puerto. Todos tenían sus escaleras tendidas hacia tierra y un marinero con su fusil de guardia al pie de la misma. Algunas veces dejaban subir para recorrer partes del barco y por supuesto que mi padre y yo subíamos. ¡Qué imponentes se veían con sus cañones y chimeneas humeantes!

También veíamos el famoso submarino del cartagenero Isaac Peral. ¡El primero del mundo!. Este submarino estaba en tierra firme, de adorno, y la gente se fotografiaba junto a él.

¿Y nuestras subidas al Castillo de los Patos? Desde donde se veía toda la ciudad.
!Qué bonita era Cartagena con su bahía, sus casa y sus montes!

En Semana Santa veíamos juntos los desfiles matinales de los granaderos y de los judíos. Perfectas formaciones militares que anunciaban y precedían a las majestuosas procesiones de la tarde.

También nos acercábamos al Ensanche para ver unas partidas de bolos. Entonces el Ensanche estaba vacío, sin construir viviendas. Recuerdo que la gente clavaba en el suelo unos palitos finos y desde lejos lanzaban la bola para derribarlos.

Los "caballitos" eran casi fijos. En la zona del Puerto estaban prácticamente todo el año unas ruedas de atracciones infantiles a las que acudíamos a menudo los domingos.

Por la tarde y cuando tocaba jugar en casa íbamos al fútbol para ver al “efesé”. Así se le llama al F. C. Cartagena, hoy Cartagonova. En mi tierra la “ce” se pronuncia como “ese” y en vez de decir voy a ver al Cartagena, se dice voy a ver al efesé (F.C.)

En verano cogíamos el autobús en la Plaza de la Merced e íbamos a la playa cartagenera de Los Urrutias. Clavabas cuatro tubos en la arena y un toldo encima de ellos y allí pasábamos el domingo. Mamá llevaba tortilla de patatas y carne frita con tomate. ¡Qué bien lo pasábamos! Te recuerdo sujetando el sombrajo en lucha a brazo partido contra el viento mientras comíamos tortilla con arena. ¡Qué recuerdos!

Por la noche en verano nos llevábais a las sesiones nocturnas infantiles de cine, bien en el Teatro Circo o bien en Los Juncos. ¡Qué sensación tan bonita estar en un cine al descubierto!

Por Cartagena pasaban anualmente bastantes de los mejores circos del mundo. ¡Cuando los circos eran circos! Jamás olvidaré el día en que con 9 años, me acerqué a uno de ellos por la tarde al salir del colegio y estando embelesado viendo las fieras se me acerca Buffalo Bill, para mí era el auténtico, claro, y en un mal español me dice "nesesichou agua parra mi caballou, si chú me la chraes yo dejarte entrar free, como se diche, grattis al Chircou"

¡Me estaba hablando el mítico Buffalo Bill! ¡ A mí ! ¡Cómo no iba a ayudarle! Y más teniendo en cuenta que su caballo tenía que estar fuerte para combatir contra los indios y perseguir búfalos. Así que agarré el cubo y sin dudar fui hasta un edificio en construcción a unos 300 metros y le traje como pude el cubo de agua y así hasta 3 veces. ¡Recuerdo que fue un gran esfuerzo para mí!

En cuanto empezó la primera función, Buffalo Bill me llevó gratis a un palco de primera fila, junto a la pista. ¡El espectáculo se veía grandioso desde ahí!, y así fue pasando el tiempo hasta que se me acerca mi padre y me saca de malas maneras del palco y del circo y ya en la calle me dio una buena tunda de palos de las de antes. Allí estaba también mi madre. Me castigaron directamente a la cama y sin cenar. Resulta que eran las 9 de la noche y no sabían nada de mí desde que salí del colegio.



Podría seguir enumerando uno y mil recuerdos más, pero con estos me bastan papá. Los recuerdos se agolpan en mi mente, pero siempre son de mi niñez e infancia junto a vosotros. Y tengo que decirte que fueron los años más felices de mi vida que recuerdo junto a vosotros.


Ahora echo de menos no habernos tratado y conocido más, a pesar de no perder nunca el contacto, pero no es lo mismo. Supongo que le debe pasar a todo el mundo al irse de casa y formar una nueva familia. Y después de tantos años, ahora y por causas de tu salud nos hemos visto a diario en Tudela. Ha sido un reencuentro casi diario en casa de Mari en donde poco a poco hemos asistido a tu decaimiento.

Destaco de los cuatro días en el Hospital, el miércoles a la tarde, momento en que, lleno de lucidez, te despediste de mamá y de nosotros cinco. Nos reconociste. Con un gran esfuerzo nos abrazaste uno a uno diciendo nuestros nombres y pasando tu brazo izquierdo por encima de nosotros, a la par que nos dabas un fuerte beso en la mejilla. ¡Ha sido de lo más fuerte que me ha tocado vivir! ¡Al día siguiente te fuiste!


El entierro fue en Ayora el viernes 19 a las 4 de la tarde. Asistimos toda su familia al completo, hijos, hermanos y nietos.




¡Descansa en paz, papá!

¡Adiós Papá!

miércoles, 10 de noviembre de 2010

PASARAN MAS DE MIL AÑOS, MUCHOS MÁS....

Reconozco que en otoño la nostalgia me invade por doquier. Es que, es llegar el viento y la caída de la hoja y quedo rendido ante los recuerdos y sensaciones de tiempos atrás.

Si ayer fueron el Tejo y el globito azul, hoy me ha cautivado la música. ¿Qué cómo es éso? Pues muy fácil.

Todo ha sucedido de mañana, cuando caminaba por la ciudad en mis quehaceres laborales. Acababa de saludar a mis sobrinos Beatriz y a su pequeño Claudio de un año, al que había hecho reir como de costumbre, obligándole a repetir todas las monerías que le enseño: ¿cómo hace la yaya? y el buen Claudio se empieza a dar golpes con su mano derecha en la cabeza, a imitación de su bisabuela que cuando le dicen algo que no quiere oir, se hace la olvidadiza a la par que se arregla el pelo de su parte trasera de la cabeza en repetidos toques.

Tras este encuentro familiar reanudo la marcha por La Carrera, y conforme avanzo, me empiezan a llegar unas delicadas y suaves notas musicales a mis oidos. Enseguida ubico su procedencia. ¡Cómo no!, en el mismo sitio de costumbre. Ahí está el músico de siempre con su violonchelo y su inconfundible fisonomía, recio, ya algo mayor y con su pelo totalmente blanco. Como siempre, está con su sillita apoyada a la pared, y es una delicia oirle tocar al tiempo que vemos como desliza el arco por las cuerdas, con sus ojos cerrados y totalmente concentrado. Su cabeza se mueve suave y rítmicamente al compás de la música.

Conforme me acerco, la música me inunda todo el cuerpo. Está interpretando un bolero precioso y conocidísimo que suelen cantar entre otros el mexicano Luis Miguel y también Los Panchos. Se trata de "Sabor a mí", y oído al chelo, en una mañana de otoño ventosa me hace estremecer de gusto y felicidad. ¡Qué bonita música! ¡Cómo me atrapa y me envuelve! Me detengo unos instantes y le miro. En ese momento el artista también me mira mientras su cabeza sigue rítmicamente al compás de la música. Vuelve a cerrar sus ojos.


Entonces es cuando recuerdo con nostalgia que a este señor ya lo hemos visto bastantes veces en Tudela y desde hace muchos años. Por su fisonomía parece ser del Este de Europa. El buen señor seguro que emigró buscando mejor fortuna. También lo he visto en San Sebastián.


Y mi recuerdo se llena viéndome de la mano de mi hija Miriam cuando era una niña, paseando por La Carrera y viendo a este mismo músico. Entonces mi hija ya iba a la Escuela de Música de Tudela, hoy Conservatorio, y empezó practicando violín y posteriormente flauta travesera. Hace ya tanto de ello......


Puede que por estimularla más en su aprendizaje o por una gracia ocurrente sin más, le dije "¿sabes, este señor debe ser ruso?" y me dijo ella "¿cómo lo sabes papá?" y entonces le conté que en esos países tan fríos, nieva tanto que la gente apenas sale de casa, por lo que están todo el día o jugando al ajedrez o tocando música, y que por eso son tan buenos en ambas cosas. Y que la prueba evidente de que eran rusos era la siguiente: "¿no le ves los ojos?, los tiene casi cerrados siempre, y es debido al reflejo continuo de la nieve. Todo está nevado y cuando salen a la calle o abren las ventanas para mirar afuera, les refleja la luz en la nieve. Y por eso desde siempre tienen ese gesto en sus ojos."


Y conforme fue creciendo mi hija, siempre hemos recordado con gracia, a este señor y lo de intuir que son del Este debido a sus ojos.

Hoy me he enternecido aún más, será porque hace días que no veo a mi hija. ¡Este otoño nostálgico!

Proseguí mi camino y la bonita música del chelo me acompañaba al tiempo que se iba languideciendo con la distancia. Eché un último vistazo atrás y mientras aún le veía, me acordé con mucho cariño de mi hija Miriam. Y me alejé tarareando al son de la música:

"Pasarán más de mil años, muchos más
yo no se si tenga amor la eternidad
pero allá, tal como aquí
en la boca llevarás
sabor a mí."

A continuación y para los amantes de este bolero y de Luis Miguel, pinchad este vídeo y le veréis interpretándolo. Que disfrutéis.



martes, 9 de noviembre de 2010

Chispazo infantil

¡Cómo soplaba el viento! El cierzo recorría las calles de la ciudad adueñándose de ellas. No había rincón adonde no llegara. A pesar de ello la mañana otoñal no era fría y los tudelanos iban por doquier cada cual a sus recados. Los más valientes se detenían a saludar a otros y no les importaba pararse en un cruce donde el cierzo reinaba con crudeza.

Me disponía a salir como de costumbre para acercarme al Banco. Antes de hacerlo, una compañera me alertó del fuerte viento y me aconsejó llevar una teja en el bolsillo. En ese momento me vino a la cabeza, no se porqué, la palabra tejo y le dije si recordaba el famoso juego infantil de nuestra lejana infancia. Los dos nos acordábamos con nostalgia. Nuestro rostro cambió de golpe. Ya no teníamos ese semblante serio que se nos pone al trabajar. No, teníamos una sonrisa bonita, alegre, inocente e infantil y empezamos ambos a recordar como era el juego del Tejo.





Rápidamente lo dibujamos en un papel y como no nos acordábamos bien,
cada uno participó dibujando la famosa tabla a su manera. Nos pareció recordar que el premio para el ganador que completara el recorrido era llegar al Cielo.

Debía ser algo así como un recorrido por la Vida con Purgatorio y todo. Por unos instantes un par de cincuentones fuimos unos felices niños.

Enseguida quisimos recordar las reglas del juego. Que si lanzábamos la piedra así. Que si no podías pisar ninguna raya. Eso sí, recordábamos que había que ir a la pata coja haciendo todo el recorrido y sólo se podía descansar con los dos pies en alguna casilla en concreto. Que si el tablero en su pueblo lo dibujaban con tiza en el suelo hasta la casilla nueve. Que si en el mío lo hacíamos en suelo de tierra marcándolo con un palo y con distinta forma.

Un auténtico juego de habilidad y de sociabilidad. Muy al contrario de lo que sucede hoy día en que cada niño se encierra en su habitación con su teléfono, su video consola, su televisor, su ordenador, etc.... Muy independientes y sin fomentar los valores del esfuerzo en equipo, que a la larga son imprescindibles para avanzar en la sociedad.



¡ Fueron unos bonitos instantes de regreso al pasado, al pasado feliz de la infancia !



Salí a la calle y el viento me saludó en el rostro enseguida. Me abrigué el cuello y apreté el paso. Al salir del Banco por el Paseo de Invierno y yendo absorto precisamente recordando lo hablado antes en el trabajo sobre el juego del Tejo, con lo que supuso el retorno a la niñez, veo que viene hacia mí rodando por la calle un precioso globo azul impulsado por el viento.

Justo un poco antes de llegar a mí, se para, y yo me digo si lo cojo o no. ¿para qué lo quiero? ¿Qué voy a hacer con un globo en la mano? Y mientras cavilo estoy encima de él y no me digas porqué, pero algo me hizo agacharme y cogerlo. Todo fue muy rápido. En un santiamén iba caminando a mi edad, yo solo, con un globo azul en la mano. Me preguntaba que qué haría con él.

En ese momento dobla la esquina un cochecito con su bebé dentro y su mamá empujándolo. El niño de poco más de un año, iba protestando y revolviéndose en la silla. No me lo pensé ni una sola vez. Fui hacia su encuentro y le puse el bonito globo azul en sus manos. El niño miró al globo y luego a mí. La cara le cambió radicalmente. Una amplia sonrisa le llenó la cara ¡Era el ser más feliz del mundo!

La madre dijo "anda, mira, un globo" y me miró agradecida. No dije nada y nos alejamos.


Antes de doblar la esquina vi a la madre irse con el cochecito y su niño que no soltaba el globo. Ya no protestaba. ¡Era feliz!




De nuevo me vino a la mente el juego del Tejo, pero esta vez me pregunté porqué el día de hoy me había deparado hasta ese momento dos acciones relacionadas con juegos infantiles. Primero el Tejo y después el globo.

Casualidad indudablemente, pero el día de hoy ha sido distinto para mí, pues me ha hecho estar todo el día acordándome de mi años infantiles, de mis padres, hermanos, amigos y de los juegos de aquella época de hace casi cincuenta años, la mayoría en la calle y por supuesto infinitamente mejores que los que conocían hoy día los niños. Aquellos juegos nos marcaron y nos prepararon mejor para vivir la vida.

No viene mal recordar nuestro pasado de vez en cuando, pero reconozco que me ha resultado mejor de esta manera tan inesperada y para mí emocionante.