martes, 9 de noviembre de 2010

Chispazo infantil

¡Cómo soplaba el viento! El cierzo recorría las calles de la ciudad adueñándose de ellas. No había rincón adonde no llegara. A pesar de ello la mañana otoñal no era fría y los tudelanos iban por doquier cada cual a sus recados. Los más valientes se detenían a saludar a otros y no les importaba pararse en un cruce donde el cierzo reinaba con crudeza.

Me disponía a salir como de costumbre para acercarme al Banco. Antes de hacerlo, una compañera me alertó del fuerte viento y me aconsejó llevar una teja en el bolsillo. En ese momento me vino a la cabeza, no se porqué, la palabra tejo y le dije si recordaba el famoso juego infantil de nuestra lejana infancia. Los dos nos acordábamos con nostalgia. Nuestro rostro cambió de golpe. Ya no teníamos ese semblante serio que se nos pone al trabajar. No, teníamos una sonrisa bonita, alegre, inocente e infantil y empezamos ambos a recordar como era el juego del Tejo.





Rápidamente lo dibujamos en un papel y como no nos acordábamos bien,
cada uno participó dibujando la famosa tabla a su manera. Nos pareció recordar que el premio para el ganador que completara el recorrido era llegar al Cielo.

Debía ser algo así como un recorrido por la Vida con Purgatorio y todo. Por unos instantes un par de cincuentones fuimos unos felices niños.

Enseguida quisimos recordar las reglas del juego. Que si lanzábamos la piedra así. Que si no podías pisar ninguna raya. Eso sí, recordábamos que había que ir a la pata coja haciendo todo el recorrido y sólo se podía descansar con los dos pies en alguna casilla en concreto. Que si el tablero en su pueblo lo dibujaban con tiza en el suelo hasta la casilla nueve. Que si en el mío lo hacíamos en suelo de tierra marcándolo con un palo y con distinta forma.

Un auténtico juego de habilidad y de sociabilidad. Muy al contrario de lo que sucede hoy día en que cada niño se encierra en su habitación con su teléfono, su video consola, su televisor, su ordenador, etc.... Muy independientes y sin fomentar los valores del esfuerzo en equipo, que a la larga son imprescindibles para avanzar en la sociedad.



¡ Fueron unos bonitos instantes de regreso al pasado, al pasado feliz de la infancia !



Salí a la calle y el viento me saludó en el rostro enseguida. Me abrigué el cuello y apreté el paso. Al salir del Banco por el Paseo de Invierno y yendo absorto precisamente recordando lo hablado antes en el trabajo sobre el juego del Tejo, con lo que supuso el retorno a la niñez, veo que viene hacia mí rodando por la calle un precioso globo azul impulsado por el viento.

Justo un poco antes de llegar a mí, se para, y yo me digo si lo cojo o no. ¿para qué lo quiero? ¿Qué voy a hacer con un globo en la mano? Y mientras cavilo estoy encima de él y no me digas porqué, pero algo me hizo agacharme y cogerlo. Todo fue muy rápido. En un santiamén iba caminando a mi edad, yo solo, con un globo azul en la mano. Me preguntaba que qué haría con él.

En ese momento dobla la esquina un cochecito con su bebé dentro y su mamá empujándolo. El niño de poco más de un año, iba protestando y revolviéndose en la silla. No me lo pensé ni una sola vez. Fui hacia su encuentro y le puse el bonito globo azul en sus manos. El niño miró al globo y luego a mí. La cara le cambió radicalmente. Una amplia sonrisa le llenó la cara ¡Era el ser más feliz del mundo!

La madre dijo "anda, mira, un globo" y me miró agradecida. No dije nada y nos alejamos.


Antes de doblar la esquina vi a la madre irse con el cochecito y su niño que no soltaba el globo. Ya no protestaba. ¡Era feliz!




De nuevo me vino a la mente el juego del Tejo, pero esta vez me pregunté porqué el día de hoy me había deparado hasta ese momento dos acciones relacionadas con juegos infantiles. Primero el Tejo y después el globo.

Casualidad indudablemente, pero el día de hoy ha sido distinto para mí, pues me ha hecho estar todo el día acordándome de mi años infantiles, de mis padres, hermanos, amigos y de los juegos de aquella época de hace casi cincuenta años, la mayoría en la calle y por supuesto infinitamente mejores que los que conocían hoy día los niños. Aquellos juegos nos marcaron y nos prepararon mejor para vivir la vida.

No viene mal recordar nuestro pasado de vez en cuando, pero reconozco que me ha resultado mejor de esta manera tan inesperada y para mí emocionante.

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